Hace mucho que no aparezco por aquí, así que... Eso, espero que os guste.
PD: por favor, no desvirtualizar el tema...
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Llovía. Era lo típico en esta época del año. Me gustaba. El pequeño hecho de poder estar ahí, mojándome, andando por las vías del tren, sin nadie alrededor, sin ningún sonido excepto por el de la lluvia, flotando en alguna parte del universo, me daba la vida. Necesitaba estar ahí, necesitaba sentirme libre después de esa semana de mierda.
Seguía lloviendo. El olor de las piedras mojadas en conjunto con la hierba mojada formaban un curioso aroma que reinaba en el ambiente. Enumeré mis recuerdos, a veces lo hacía, para luego poder recorrerlos con un simple orden: recorrer lo más triste para luego sentir plenamente los beneficios de recordar los buenos momentos.
Empecé. La lluvia golpeaba furiosamente el techo medio derruido de aquella cochera. Una pequeña lágrima brotó de mi ojo, recorrió la mejilla y aterrizó en el suelo polvoriento. Vino otra. Otra más...
Quizá aquellos recuerdos eran demasiado, quizá el sitio me recordaba a esos momentos. No lo sabía, pero sabía que quería hacer. Corrí de nuevo por las vías lo más rápido que pude hasta llegar a aquel puente. Me paré en seco y grité. Grité lo más fuerte que pude. Necesitaba sacar de mí toda aquella frustación y malestar y, cómo si el universo me hubiese escuchado, un gran rayo cruzó aquella bóbeda e iluminó todo en torno a mi. Todo, incluida aquella figura con la cabeza baja, empapada de arriba a abajo y con lo que parecía un trozo de papel mojado entre las manos. Era ella, no cabía duda, pero, ¿por qué estaba aquí? Sin poder mediar palabra salió corriendo hacía mi. Me abrazó. Millones de pensamientos me asaltaron la cabeza. ¿Por qué estaba ella aquí, bajo esta tormenta, abrazándome, después de haberla cagado? Bajé un poco la mirada para llegar a observar una pequeña lágrima recorriendo lentamente su mejilla izquierda para después fundirse con mi ropa. Pero algo más me llamó la atención. El papelito que ella sujetaba en las manos estaba ahora en el suelo. Ese papelito, ese puto trozo de papel contenía algo que me era familiar. Estaba muy deteriorado, pero puede observar algunos pequeños trazos que, semanas antes, habían sido dibujadas por mis propias manos en la noche de nuestro aniversario.
Aquella noche también llovía, por lo que estuvimos en su casa. Tenía un dibujo a medio hacer en su escritorio, por lo que la acompañé mientras terminaba, pero después de ese vino otro, esta vez hecho por mi por obligación suya. Eran dos monigotes muy mal hechos, pero era la primera vez que conseguía que yo dibujara.
¿Por qué lo había traido? ¿Me sigue queriendo? Aún no lo sabía, pero sabía que ambos necesitabamos este abrazo. Cálido, reconfortante, humano, seguido de, posiblemente, el beso con más pasión, más necesitado y con más sentimientos.
La quería.
Me quería.
Nos queríamos...
Seguía lloviendo. El olor de las piedras mojadas en conjunto con la hierba mojada formaban un curioso aroma que reinaba en el ambiente. Enumeré mis recuerdos, a veces lo hacía, para luego poder recorrerlos con un simple orden: recorrer lo más triste para luego sentir plenamente los beneficios de recordar los buenos momentos.
Empecé. La lluvia golpeaba furiosamente el techo medio derruido de aquella cochera. Una pequeña lágrima brotó de mi ojo, recorrió la mejilla y aterrizó en el suelo polvoriento. Vino otra. Otra más...
Quizá aquellos recuerdos eran demasiado, quizá el sitio me recordaba a esos momentos. No lo sabía, pero sabía que quería hacer. Corrí de nuevo por las vías lo más rápido que pude hasta llegar a aquel puente. Me paré en seco y grité. Grité lo más fuerte que pude. Necesitaba sacar de mí toda aquella frustación y malestar y, cómo si el universo me hubiese escuchado, un gran rayo cruzó aquella bóbeda e iluminó todo en torno a mi. Todo, incluida aquella figura con la cabeza baja, empapada de arriba a abajo y con lo que parecía un trozo de papel mojado entre las manos. Era ella, no cabía duda, pero, ¿por qué estaba aquí? Sin poder mediar palabra salió corriendo hacía mi. Me abrazó. Millones de pensamientos me asaltaron la cabeza. ¿Por qué estaba ella aquí, bajo esta tormenta, abrazándome, después de haberla cagado? Bajé un poco la mirada para llegar a observar una pequeña lágrima recorriendo lentamente su mejilla izquierda para después fundirse con mi ropa. Pero algo más me llamó la atención. El papelito que ella sujetaba en las manos estaba ahora en el suelo. Ese papelito, ese puto trozo de papel contenía algo que me era familiar. Estaba muy deteriorado, pero puede observar algunos pequeños trazos que, semanas antes, habían sido dibujadas por mis propias manos en la noche de nuestro aniversario.
Aquella noche también llovía, por lo que estuvimos en su casa. Tenía un dibujo a medio hacer en su escritorio, por lo que la acompañé mientras terminaba, pero después de ese vino otro, esta vez hecho por mi por obligación suya. Eran dos monigotes muy mal hechos, pero era la primera vez que conseguía que yo dibujara.
¿Por qué lo había traido? ¿Me sigue queriendo? Aún no lo sabía, pero sabía que ambos necesitabamos este abrazo. Cálido, reconfortante, humano, seguido de, posiblemente, el beso con más pasión, más necesitado y con más sentimientos.
La quería.
Me quería.
Nos queríamos...
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